Somos lo que exploramos, lo que experimentamos y vivimos. Pero también lo que contamos.
Somos lo que exploramos, lo que experimentamos y vivimos. Pero también lo que contamos.

Nos queda gestionar el deseo

Ocurre que en ocasiones entramos en procesos latentes en los que parece que no ocurre nada o dejamos que no ocurra nada. Estos procesos llegan por inercia, pero en el fondo llegan porque tienen que llegar, son necesarios y de forma consciente dejamos que se establezcan, aunque eso sí… con cierto malestar porque tampoco queremos que se queden por un tiempo muy prolongado. Son incómodos, nos llevan a lugares a los que no queremos ir, y nos recuerdan que no todo es perfecto, que el mundo sigue su ritmo, y nos toca analizar fríamente y reflexionar desde la pasión más íntima todos los elementos que nos afectan en el día a día para así tomar las mejores decisiones y poder vascular rápido. Pero no siempre es posible. No siempre apetece.
Ocurre que en ocasiones ese proceso requiere de otro tipo de tiempos en los que se entremezclan ritmos y estados diferentes. Situaciones preclaras y encuentros inesperados donde se dan conversaciones que sirven para visualizar la estructura desde nuevas perspectivas. Pero al mismo tiempo lo personal y más íntimo coge un protagonismo que hace tiempo que no se manifiesta, y se pone en el centro. Porque lo personal también es necesario para que el sistema no quede descompensado.
¿Qué nos queda por tanto?
Nos queda gestionar el deseo.
Es aquí donde se libran las peores y más feroces batallas que emergen desde nuestro interior más básico y mundano. Siempre en conflicto por la delgada línea de terreno que hay entre la pasión y lo racional. Un conflicto eterno, que no va a terminar jamás, aunque nos pongamos a diario el palo con la zanahoria intentando autoengañarnos, diciéndonos a nosotros mismos que todo puede ser diferente, que a partir de mañana todo puede cambiar y ser mejor. Que debemos ceñirnos a un guión objetivo y coherente, capaz de guiarnos por un camino estable y libre de contratiempos.
Pero la realidad es bien distinta. El palo y la zanahoria puede ayudarnos a ganar un poco de tiempo. Lo importante es tomar la determinación de dejarse llevar por el instinto y dar pasos hacia lo desconocido. De esta manera puede que nos embarquemos en pequeñas aventuras, diversos paréntesis de tiempo y espacio que nos emplacen a explorar nuevas experiencias, nuevos estados de ánimo, nuevas relaciones, conversaciones, reencuentros… que se yo… la necesidad de buscar algo diferente. Y esto me gusta. Personalmente me ayuda a desbloquear esos procesos latentes en los que a veces entro. Tengo claro que poco a poco empiezo a colocar las diferentes piezas en su lugar adecuado, que el nuevo trazado va cogiendo forma. Que algunos conflictos se van cerrando y dan paso a un escenario de posibilidades claro y diáfano.
Sin embargo existen otros conflictos que no se van. Que se quedan ahí. No se si se quedan porque no tienen fácil solución y su gestión requiere de cierto equilibrio con las emociones a largo plazo, o porque en el fondo me gusta que sigan ahí… retorciéndose como un mustang desbocado. Es como un juego pactado sin un ganador final. No se donde terminará. Es algo tan conocido que no me da miedo a que esté ahí, aunque a veces duela. Porque gestionar el deseo duele, y aunque suene perverso, a veces también se disfruta. Y de esta manera seguimos sorteando esta incertidumbre, estos procesos latentes, espacios de tiempo para el aprendizaje y el encuentro con aquellas personas y lugares que poco a poco nos ayudan a encontrar el anhelado lugar de nuestra congregación. Quizás el mayor de los retos y los deseos.

 

 

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