Era 1994. Se acercaba el momento de terminar el curso. Había sido un ciclo de 4 años extraño. Muy apasionante por el aprendizaje acumulado gracias a Juan, mi profesor y mentor, que supo transmitirme un mar de conocimiento y una gran pasión por el diseño. Y sin embargo también era un momento incierto, marcado por una crisis económica que estaba latente pero no con el dramatismo de la que venimos sufriendo desde 2008. La realidad ante la falta de oportunidades no dejaba ver un futuro claro. Planeaba por la escuela una sensación de nerviosismo, expectación y desidia.
En casa, la sombra del fallecimiento de mi padre en el 91 todavía era extensa y cubría la vida diaria. Dicha sombra solo se abría a la luz cuando llegaban mis sobrinas, todavía muy pequeñas. Pero aún así, sentía la necesidad de salir de allí. Sentía que tarde o temprano tocaría empezar a tomar decisiones que de una manera u otra marcarían el rumbo de mi vida en los siguientes años. Y vaya que si lo marcaron.
Las decisiones se pueden posponer algo… pero tarde o temprano toca decidir. A los 23 creía que estaba en una época de mierda en la que tocaba sí o sí tomar decisiones, y eso era precisamente lo que menos me apetecía hacer. Esto pensaba entonces, lo divertido es que con el paso de los años es algo que sigue ocurriendo, y pese a la acumulación de experiencia, las personas seguimos teniendo el mismo vértigo a la hora de tomar decisiones.
Echando la mirada atrás, uno solo puede sentirse orgulloso de las decisiones tomadas. Para bien o para mal. Salieran bien o salieran mal. Si algo aprendí y sigo aprendiendo, es que cualquier decisión tomada, aunque el resultado suponga un fracaso, es un poso de aprendizaje tan importante o más que el aprendizaje de aquellas decisiones cuyo resultado terminan en éxito. Está claro que esto no se aprecia en el momento posterior a una situación de fracaso. Es necesario que pase el tiempo y haya la suficiente perspectiva para observar, recoger y analizar bien lo que ocurrió. A partir de ahí se puede sacar un buen aprendizaje.
Pero si hay algo que no podemos evitar o sortear y menos en estos tiempos, es la incertidumbre. Nos enfrentamos a futuros inciertos y llenos de cambios constantes de carácter político, social y tecnológicos que de una manera u otra nos afecta. ¿Cómo gestionamos esta incertidumbre?
¿Cómo podemos aclarar y ordenar las ideas y la información necesaria para después elegir la mejor opción?. La opinión y los consejos de las personas cercanas son importantes pero en algún momento toca hacer algo con tanta información.
“Antes de empezar un nuevo proyecto, siente el reto. Prepara el camino que te llevará al éxito”.
Para dar solución a este vacío me topé con la metodología PATH (Planning Alternative Tomorrows with Hope). PATH es una herramienta que descubrí gracias a Maider Gorostidi mi partenaire en Funts Project, cuando trabajábamos en el ámbito de la discapacidad intelectual. Una herramienta que en algunas organizaciones utilizan para trabajar los proyectos de vida de las personas con Discapacidad Intelectual. En definitiva PATH nos ayuda a identificar retos de futuro y trazar la línea a seguir a través de diferentes fases que nos van a permitir identificar y ordenar aquello que necesitamos para conseguir con éxito el reto que no hemos marcado.
La primera vez que utilizamos la metodología PATH fue a través de un encargo que nos hizo EJECANT a Funst Project para trabajar y reflexionar sobre el fenómeno “Knowmad”. Propusimos a las personas que asistieron al curso que trabajaran un reto de futuro con la metodología, y el resultado fue más que interesante. A partir de ahí empezamos a extender el modelo con diferentes grupos, trabajando sobre todo retos de emprendimiento, o reflexionando con estudiantes de último curso de carrera cómo afrontar el paso a la vida laboral. Es decir: “cómo ordenar nuestras ideas y sueños para tomar las decisiones adecuadas y empezar a dar los primeros pasos una vez terminados los estudios”. Solo puedo decir que PATH es una metodología que funciona. Es un viaje hacia el interior de la persona que remueve, mueve e impulsa hacia delante, siendo plenamente consciente de dónde se está y desde dónde se parte. Un elemento de apoyo que permite visualizar y soñar sin despegarse de la tierra y la realidad. A partir de ahí se empieza a construir.
Cada vez que planifico un taller de PATH, me gusta volver a ese 1994. Me gusta recordar ese momento donde las emociones, los deseos y los miedos se mezclaban en un torbellino frenético. Me ayuda a conectar con los jóvenes y también no tan jóvenes y el momento vital en el que se encuentran. Siento cuánto me hubiese gustado tener en aquel momento a mano esta metodología, no se si para acertar más y mejor en mis decisiones, pero sí al menos para ordenar y aclarar esas dudas que siempre nos asaltan en los momentos críticos.
Es un privilegio compartir esta metodología y apoyar y acompañar a las personas en sus momentos de cambio. Todas y todos necesitamos proyectar retos y sueños de futuro. Soñar es fácil con los ojos cerrados, pero al final siempre necesitamos una brújula, un guión, un bastón de apoyo que nos ayude a afrontar mejor y con confianza el camino que decidimos tomar.
Estoy tan convencido del resultado que genera la metodología PATH en las personas, que en 2018 no tengo duda de que seguirá siendo un elemento clave en el trabajo y los servicios que presto como consultor.